« Gramáticas de la carne: eros, poesía y cuerpo en relación »

por Luis Gustavo Meléndez Guerrero


Dios proyecta creadoramente a la criatura
siempre como la gramática de un posible decir de sí mismo.

1. Gramática Evangélica 

Es sumamente conocida la voz atesorada en el Prólogo al Evangelio de Juan: “la palabra se hizo carne” (Jn1, 14). La expresión joánicaparece resituar las palabras del Génesis, en donde, en el acto creador, la palabra se presenta como principio de todo lo que es llamado a la existencia: “en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”(Jn 1, 1). Sin embargo, el prólogo del evangelio de Juan presenta ya un giro radical.  Aquel logos divino asume la carne. La Palabra toma lugar entre la humanidad, lo divino acoge lo humano para sí, asume la carne como algo propio, de modo que, en su venir al mundo, el logos encarnado manifiesta su carácter expuesto (carne que mora en medio de la humanidad, carne que asume la historia).En la gramática joánica, la carne se presenta como el elemento vital dado gratuitamente.

Por su parte, la reflexión teológica de los primeros siglos del cristianismo, tampoco dejó de lado la impronta de la carne; teólogos como Tertuliano y San Ireneo, vieron en ella un papel central en la redención. Es notable también la importancia del deseo en los Libros Morales de San Gregorio, así como en La escala santa de Juan Clímaco, quien no tiene reparos al escribir: “que el amor carnal nos sirva de modelo para nuestro deseo de Dios”[1], advirtiendo también que, “no hay ningún inconveniente en pedir imágenes de las cosas humanas para representar el deseo, el temor, el ardor, los celos, el servicio y el amor apasionado de Dios. Bienaventurado aquel que obtuvo de Dios un deseo semejante al que recibe de la que ama un amante apasionado”[2].

El cuerpo dado: la eucaristía

La eucaristía es otra de las figuras carnales de capital importancia para la teología cristiana. En los textos que narran la última cena, es posible evidenciar el modo en que Jesús se dona a sí mismo como cuerpo: “éste es mi cuerpo… ésta es mi sangre” (Mc 14, 22); “tomad, comed, éste es mi cuerpo” (Mt 26, 26). Desde esta narrativa evangélica, la eucaristía se vuelve la presencia sensible de lo inasible. Sacramentosuculento en el que la degustación-participación de Dios no anula lo propiamente humano ni lo propiamente divino, un encuentro en el que Dios mismo comparte su esencia divina y, el hombre, desde su inmanencia, recibe con apertura aquel don que re-conoce degustándolo y donándolo también en su relación con los otros. 

La eucaristía es así la imagen carnal por excelencia para el cristianismo, en ella se manifiesta el acto donante de la carne ofrendada como respuesta al deseo divino por lo humano, el cuerpo dado es, a un mismo tiempo, un cuerpo ofrecido y transformado: la carne es pan y el pan es cuerpo real que se toca y saborea. El deseo divino que se vuelca en la entrega del cuerpo hecho alimento se une al apetito eucarístico del creyente, generándose así una dinámica de donación y gratuidad[3].


[1] Juan Clímaco, La escala santa, 26,34.

[2] Id. La escala santa 30,11.

[3] Sobre la relación entre la eucaristía y el deseo véase: Ángel Méndez-Montoya, The Theology of Food: Eating and the Eucharist, Blackwell, UnitedKingdom, 2009.

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