2. Gramática mística
Con un estilo propio, el discurso de los místicos no tuvo reparos al expresar, por medio del lenguaje erótico, la íntima relación de amor entre Dios y el hombre. El lenguaje de los místicos conlleva un modo de hablar, por el cual, la desnudez delalma encuentra semejanza con la desnuda belleza de lo divino. La mística se presenta como un modo del lenguaje que refleja la experiencia misma de la vida asumida como fragilidad, deseo, posesión, encuentro, huida y retorno[4]. El místico no se ruboriza ante el cuerpo, no le teme, antes bien, es mediante el cuerpo y la palabra como construye la gramática propicia para expresar la experiencia de unión con Dios.
En el siglo XIII, la beguina Hadewijch de Amberes hablaba de la necesidad de unirse en el amor, con aquel que es el Amor; para ello, no duda en expresar esa unión por medio de la entrega física, que es a la vez, una entrega espiritual, una entrega en la que la carne se embriaga con el amor que el Amado derrama en su amada.
El amor, firme en lo alto,
une para siempre a quienes se unen…
Quien se dé por entero al Amor
experimentará gran maravilla;
con amor se unirá en la unidad
al Amor contemplado
y beberá por la arteria secreta
de esa fuente en la que Amor
derrama su amor
y con amor embriaga a sus amigos (Hadewijch de Amberes, Poemas VII)[5].
En Italia, Ángela de Foligno, terciaria Franciscana, acude a la ciudad de Asís. Estando en la Basílica de San Francisco, sintió en su cuerpo la experiencia de la ausencia de aquella presencia divina que la había acompañado a lo largo de su peregrinar; de repente, Ángela comienza a gritar desaforadamente:“¡Amor desconocido!, ¿por qué te vas?, ¡Amor desconocido!, ¿y por qué, por qué, por qué?… Gran dolor me causaba quedar con vida. Se me descoyuntaban los huesos”[6]. El grito de Foligno se vuelve la expresión estridente e indescifrable de la ausencia, su clamor se presenta como la fonética del cuerpo que expresa la necesidad de ‘empalabrar’[7] la experiencia del deseo de lo divino.
En el contexto hispano, en siglo XVI,Teresa de Ávila y Juan de la Cruz enfatizan la dimensión carnal de la experiencia mística. Utilizando las formas del lenguaje erótico, Juan de la Cruz habla de la unión entre la amada y el Amado, y con la imagen esponsal puede expresar la mutua entrega entre el hombre y Dios.
Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
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Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)[8].
La poesía de San Juan de la Cruz nos permite ver que, la unión mística es fruto del deseo de Dios por el hombre y del hombre por Dios, y que este deseo no anula la dimensión erótica, antes bien, la asume como el medio por el cual se llega al encuentro agapéico. En esta relación erótico-agapéica, la donación amorosa sólo puede ser expresada bajo la imagen de la entrega sexual: “Allí me dio su pecho //y yo le di de hecho/ a mí, sin dejar cosa”[9].
Por su parte, Santa Teresa, al no encontrar palabras suficientes que le ayuden a expresar la experiencia de su unión con Dios, acude al lenguaje del cuerpo para decir aquella experiencia de dolor y gozo.
Veía un ángel…en forma corporal… hermoso mucho… Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento[10].
Podemos decir que la experiencia de los místicos es una experiencia de amor que puede ser expresada mediante la vivencia del cuerpo en la que eros y ágape se unen, y su discurso amoroso se torna en el lenguaje del deseo articulado por la gramática de la carne.
El cuerpo y su fetichización en el contexto contemporáneo
Con el paso del tiempo y por distintas razones,el cuerpo ha sufrido los estragos de un deseo perverso. Es decir, el deseo de comunión altérica ha sido trastocado por una apetencia cosificante en donde la sexualidad deja de ser la gramática de una relación generosa, limitándose a ser un lenguaje precario en donde la gloria del cuerpo es opacada por la satisfacción ególatra. La vorágine capitalista ha sacado los cuerpos de la alcoba para llevarlos a los escaparates de moda. En este contexto de dominio, la carne pierde su esplendor, es por ello que, con mayor frecuencia, somos espectadores de cuerpos opacos en aparadores luminosos. Así, es triste constatar que, al hacer el amor, el amor se deshaga; los cuerpos mutilados por la parafernalia del mercado anuncian con tristeza que la consumación del deseo se transforma en un deseo de consumición. Por ello, habrá que preguntarse,¿dónde podemos localizar las nuevas poéticas del deseo?, ¿dónde encontrar las nuevas gramáticas de la carne?
[4] Cfr. Michel de Certeau, La fábula mística, Siruela, Madrid, 2006, pp. 117ss. Original en francés La fable mystique, Gallimard, París, 1982.
[5] Hadewijch de Amberes, El lenguaje del deseo (Edición y traducción de María Tabuyo), Trotta, Madrid, 1999.
[6] Ángela deFoligno, “Memorial”, cap. III, 51-52, en: Libro de la experiencia, Siruela, Madrid, 2014.
[7] Utilizamos la expresión acuñada por el teólogo Lluís Duch. Para una referencia a su pensamiento véase: Joan Carles Melich, I. Moreta, Amador Vega (Eds), Empalabrar el mundo. El pensamiento antropológico de Lluís Duch, Fragmenta Editorial, Barcelona, 2011.
[8] San Juan de la Cruz, “Cántico espiritual”, Obras Completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2005.
[9] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, op. cit.
[10] Santa Teresa de Jesús, “Libro de la Vida”, 29,13, En: Obras Completas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1997.