Rafael Luciani – « La centralidad del pueblo »

3. La conversión pastoral permanente de la Iglesia

El llamado a una conversión pastoral permanente aparece primero en la IV Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe reunida en Santo Domingo (SD 30) y luego es profundizado en Aparecida (368-370). La consecuencia de tal recepción es clara pues

«progresivamente, emerge la comprensión de una Iglesia más “carismática” que “estructural”, que sin desconocer el valor de su necesaria organización interna, se revitaliza no por sus innumerables esfuerzos estructuralistas, ni por sus organizaciones y programas, sino porque la fuerza le proviene del Espíritu Santo, que alienta y unifica la misión común de los diversos, obligándola a “expropiarse”, a desposeerse de sí misma, buscando ser más para el “Otro” y para los “otros”, porque su misión está “fuera de sí”. Resulta evidente que, para la realización de esta propuesta de una “Iglesia en salida”, es necesaria una “conversión pastoral” que asuma que “toda renovación en el seno de la Iglesia debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial” (EG 27)».[12]

La Evangelii Gaudium llama a ir a los espacios públicos, a rechazar los intentos de privatización de la religión, a alejarse de formas devocionales de arraigo individualista (EG 70) y a superar la mentalidad asistencialista (EG 204). La razón de ello está en que «evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios» (EG 176) que abarca la «vida concreta, personal y social del hombre» (EG 181).

La conversión que necesita la Iglesia comienza, entonces, con el paso «de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera» (APARECIDA 370), que la llama a estar en continua transformación y reforma (LG 8). Esta dirección había sido asumida en Medellín al llamar a superar la «pastoral de conservación, basada en una sacramentalización» (MEDELLÍNPastoral Popular 1) que sigue rigiendo a la mayoría de las parroquias. La Institución no puede entender su relación con el mundo únicamente desde su oferta sacramental, sino desde el encuentro personal con el otro (EN 15).

Otro paso de esta ruta va de una Iglesia establecida a otra que se entiende y vive a partir de su estado permanente de misión (EG 25). Como afirmó Pablo VI: «la Iglesia existe para evangelizar» (EN 14). Francisco lo explica bellamente con las siguientes palabras: «La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar (…). Yo soy una misión en esta tierra» (EG 273). Esto implica que las estructuras eclesiales se transformen en instrumentos para «la evangelización del mundo actual, más que para la autopreservación» (EG 27). Es una eclesiología de comunión misionera (EG 23) que presupone el «tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar» (EG 127). Por ello, el envío de Jesús (condición discipular) se actualiza hoy en esta salida de la Iglesia (condición misionera).

Sin embargo, como destaca el CELAM, el mayor obstáculo frente a esta visión es que las Iglesias locales «permanecen como instituciones ancladas en el pasado, poco dialogantes con el mundo actual. Esto se refleja en el mantenimiento de ciertas deficiencias pastorales: una pastoral de “eventos” sin proceso, y una pastoral de “conservación”, que se ocupa principalmente de la atención sacramental-devocional y de una catequesis inicial, para niños y adolescentes».[13]

La conversión pasa por un arduo proceso de recategorización de nuestras mentalidades para poder ver la historia desde las periferias: 

«en la conversión, las cosas —el mundo—, son re-interpretadas, son re-sentidas —sentidas de un modo nuevo—, son re-hechas, algo así como recreadas en su novedad pascual —se parte de otra base para reconstruir el significado del mundo […] que no ha de entenderse solo como un vivir de nuevo, sino como un nuevo vivir, un vivir de otra manera».[14]

Lo más exigente de esto es que requiere del reconocimiento del pueblo como sujeto, distinto al ilustrado, al científico, técnico o al de la religión privada. Aquí el punto de partida es el encuentro con el otro, lo cual  

«supone amar al pueblo, compenetrarse con él y comprenderlo; confiar en su capacidad de creación y en su fuerza de transformación; ayudarlo a expresarse y a organizarse; escucharlo, captar y entender sus expresiones aunque respondan a culturas de grado distinto; conocer sus gozos y esperanzas, angustias y dolores, sus necesidades y valores; conocer especialmente lo que quiere y desea de la Iglesia y de sus ministros; discernir en todo ello lo que debe ser corregido o purificado, lo que tiene una vigencia presente pero solo transitoria, lo que contiene valores permanentes y gérmenes de futuro; no separarse de él, adelantándose a sus reales deseos y decisiones; no transferirle problemáticas, actitudes, normas o valores que les son ajenos o extraños, especialmente cuando ellos le quiten o debiliten sus razones de vivir y razones de esperar» (DOCUMENTO DE SAN MIGUEL VI, 5).

En esta dirección es que Francisco entiende que únicamente «desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres» (EG 125). Cuando comenzamos a tratar a los pobres personalmente, es cuando empezamos a ser evangelizados por ellos y desideologizamos la percepción que podamos traer a priori. Es en esa cotidianidad convivida donde,

«podemos constatar en los pobres algunos valores profundamente cristianos: una espontánea atención al otro, una capacidad de dedicar tiempo a los demás y de acudir a socorrer a otro sin cálculos de tiempo ni de sacrificios, mientras los ilustrados, con una vida más organizada, difícilmente conceden a otros tiempo, atención y renuncias de un modo espontáneo, gustoso y desinteresado».[15]

Aquí encontramos, pues, el desafío de la conversión pastoral, porque 

«la Iglesia puede no volverse hacia los pobres. O puede hacerlo desde afuera, desde una actitud, interesada o no, de servicio. Trabaja para los pobres, más todavía entre ellos y aun con algunos de ellos. Es decir, organiza obras para los pobres, a veces las implanta entre ellos y en ocasiones incorpora a algunos pobres a alguna obra, la que, sin embargo, por lo menos en el espíritu, no es de ellos. Es un modo bueno, puede a menudo ser muy valioso, pero no toma el modo propio, específico de lo que sería una Iglesia del Verbo encarnado. Porque su Maestro, Señor y Camino, se volvió hacia los hombres no desde afuera, sino encarnándose […]. Volverse hacia los hombres concretos, cristianos, de nuestro pueblo, encarnándose entre ellos, significa hacerlo reconociendo con afecto su fe y su cultura».[16]


Notas

[12] RONCAGLIOLO, C. Iglesia en salida: una aproximación teológico pastoral al concepto de Iglesia en Evangelii GaudiumTeología y Vidan. 55/2, p. 362, 2014. 

[13] PLAN GLOBAL DEL CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, 71.

[14] Cf. GERA L. «Reflexiones teológicas sobre la Iglesia». En: AZCUY, V.; GALLI, C.; GONZÁLEZ, M. (ED.). Escritos teológico-pastorales de Lucio Gera. I: del preconcilio a la Conferencia de Puebla (1956-1981). Buenos Aires: Ágape, 2006, p. 363. 

[15] FERNÁNDEZ, V. M. El sensus populi: la legitimidad de una teología desde el pueblo. Teología, n. 72, 1998, p. 139.

[16] GERA L. «Reflexiones teológicas sobre la Iglesia». En: AZCUY, V.; GALLI, C.; GONZÁLEZ, M. (ED.). Escritos teológico-pastorales de Lucio Gera. I: del preconcilio a la Conferencia de Puebla (1956-1981). Buenos Aires: Ágape, 2006, p. 486.

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