1. Gama de minorías en contextos cristianos

Conceptualmente, las minorías tienen expresiones de identidad, y una menor o mayor autonomía[4]. Ahora bien, ser minoría no es algo sólo cuantitativo; más bien, se trata de sectores con rasgos geopolíticos, emocionales, étnicos, culturales. Es evidente que al status quo le conviene una fragmentación política-cultural de las mayorías, y su control mediante medios de comunicación, la industria de la diversión, las asociaciones funcionales.

[4] Ver análisis en Nueva Sociedad 111 (1991).

Como es bien sabido, lo cristiano es absolutamente minoritario en realidades asiáticas (budistas, taoístas, hindúes, chamánicas) y en áreas con predominio musulmán. Con respecto a nuestro continente cristianizado, vale distinguir varios tipos de minorías. Hay las que ejercen poder en la sociedad (por ejemplo, quienes dirigen lo económico y político y tanto autoritarismo cívico-militar con emblemas cristianos). Hay también grupos a cargo de espacios eclesiales (integristas del clero y del laicado, corrientes de espiritualidad) que devalúan a quienes tienen `menos formación` y `costumbres supersticiosas´ (y les inculcan verdades y reglamentos). La cuestión de fondo es el neo-conservadorismo, que reinterpreta el misterio cristiano “como un más allá recóndito, una emoción exquisita y un comportamiento fundamentalista; se recae en las dicotomías alma-cuerpo, esta vida-la otra, y lo sacral-lo profano”[5]. A esos tipos de minorías se les invita a que abran el corazón y la mente, y se conviertan al Evangelio. 

[5] Guillermo Meléndez, “El concilio plenario y las conferencias generales del episcopado de América Latina y el Caribe”, E. Dussel (ed.), Resistencia y Esperanza. Historia del pueblo cristiano en América Latina y el Caribe (San José: DEI, 1995), 615.

Por otra parte, hay incontables instancias concretas que de hecho conforman una gran mayoría; como es el caso de fragmentadas multitudes sub-urbanas, migrantes, juventudes y mujeres, provincianos y campesinos, `desocupados` que ganan el pan de cada día, `enfermos´ físicos y emocionales. Además, hay muchos creyentes y asociaciones de carácter conciliar. Por ejemplo, redes solidarias y humanistas que resisten la injusticia sistémica; comunidades de base con sus dirigencias; espacios de lectura bíblica con el ver, juzgar, actuar; formas de fe popular con vertientes proféticas; vida religiosa inserta en poblaciones marginales; teologías latinoamericanas. Aunque son redes e instancias relativamente pequeñas, han sido vistas como amenazas. Son un modelo pueblo-Iglesia que “hace temblar a la concepción clerical-elitista de Iglesia, y de ahí las tensiones existentes en América Latina”[6]. Son instancias minoritarias/mayoritarias con rasgos evangélicos.

[6] Enrique Dussel, “La Iglesia a partir de 1972”, E. Dussel (ed.), Resistencia y Esperanza. Historia del pueblo cristiano en América Latina y el Caribe, San José: DEI, 1995, 255; también: Ana María Bidegain, Participación y protagonismo de las mujeres en la historia del catolicismo latinoamericano (Buenos Aires: San Benito, 2009).

Ante esta gama de situaciones, cabe un discernimiento social y también espiritual. En América Latina persisten amplias minorías postergadas; hay que sacar a luz causas sistémicas que son ocultadas a esas multitudes. Ellas cargan en sus espaldas problemas estructurales y esperan soluciones individuales (y aquí sobresalen expectativas de auxilios divinos). Como los anhelos de progreso carecen de canales socio-políticos emancipadores, se abren las puertas a lo privatizado y populista (y a milagros de carácter religioso). Siendo sectores fragmentados, y con escasa ciudadanía política, permanecen como minorías subordinadas; y les dan esquemas de empoderamiento, que van por los rieles del sistema vigente. 

La mayor parte es de sectores medios y pobres (autocalificados como cristianos) que permanecen subordinados a grupos pudientes que manipulan elementos religiosos. También ciertos defensores de la moral de hecho discriminan a minorías afectadas por abuso laboral y sexual, por narcotráfico, por conflictos en sectores empobrecidos (a quienes les califican de conflictivos, ociosos, inmorales). Se trata de millones de discriminados, de ´minorías´ en países del continente cristianizado. Las estructuras de pecado institucional (y quienes son victimarios) merecen una confrontación teológica. Esta problemática se arrastra por cientos de años, en contextos de maldad y crimen ¡con respaldo religioso! Vale recordar al obispo Romero y los 6 jesuitas y 2 mujeres de San Salvador, que fueron eliminados por gobernantes y agentes ´cristianos´. Esto motiva a redescubrir la ética del Evangelio.

Sin embargo, pueblos originarios y mestizos han cultivado sus verdades espirituales. Ellos han resistido el colonialismo de cristiandad o de neo-cristiandad en las américas. Ellos constituyen signos de Vida.

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