2. Misericordia y compasión, herencias ancestrales

Para aproximarnos a los sentidos de misericordia y compasión, reflejados en la vida de Jesús, acudiremos a los aportes bíblicos del Primer Testamento, que nos permite vislumbrar algunas vivencias de sus antepasadas/os en relación a sus experiencias con lo Sagrado, aunque se trata de “una selección de textos que responden al interés de un grupo por presentar su historia y experiencia desde la relación con el Dios Yahvé” (Cook, 2012, p. 7). Sin embargo, encontramos vestigios de otros modos de sentir y vivir la experiencia con lo Sagrado.

Para aproximarnos a los otros modos de sentir a Dios, partiremos de las fecundidades de dos palabras hebreas: Rahamin y Hesed, que se traducen como misericordia y compasión, aunque ambas se diferencian, “la primera  se ubica en el plano de los sentimientos y desde el ámbito mucho más subjetivo, aspecto que desarrollaremos con detenimiento más adelante; en cambio la segunda se trata de una “deliberación consciente, como consecuencia de una relación de derechos y deberes” (Diccionario de Teología Bíblica, 1990, p.1217), que tiene que ver con “una acción eficaz para remediar el mal” (Díaz, 1976, p.109), por lo que supone alianzas, fidelidad, solidaridad entre los miembros de una comunidad. 

Para plantear nuestra propuesta, profundizaremos los sentidos de la palabra rahamin, que muchos diccionarios y comentarios bíblicos traducen como compasión, misericordia, cariño, amor; palabra asociada por su raíz con el sustantivo, réhem, que se traduce como útero, vientre materno, cobijo maternal de la vida, entrañas. También nos parece importante mencionar otras tres palabras, que comparten la raíz y el sentido, rahám, verbo que denota misericordia, amar, compadecerse, sentir cariño, encontrar compasión, ser compadecido; emparentado con los adjetivos rahamani, de buen corazón y rahum compasivo. Palabras profundas que están salpicadas por diversos textos del Primer Testamento y Segundo Testamento en sus traducciones al griego.

Lo que nos parece fundamental rescatar en rahamin, es su estrecha relación con réhem, que dan origen al verbo mostrar misericordia y al adjetivo misericordioso. Según Phyllis Trible, “en su forma singular, el sustantivo rehem significa “seno” o “útero”. En plural, Rahamin, ese significado concreto se abre a abstracciones como compasión, misericordia y amor… En consecuencia, nuestra metáfora se sitúa en el movimiento semántico que va de un órgano físico del cuerpo femenino a un modo psíquico de ser” (En: Johnson 1992, p. 139). 

Siguiendo a Johnson, “el modo psíquico de ser, esta preocupación compasiva, pueden ser manifestados tanto por hombres como por mujeres” (1992, p. 139). Sin embargo, si queremos hacer alusión a ser misericordiosos como Dios, la metáfora paradigmática es el amor que siente una mujer por el hijo o la hija de sus entrañas, como reflejan algunos textos bíblicos, “le mostraré mi compasión materna” (Jer 31:20); “¿Puede una mujer olvidar a su hijo y no sentir compasión por el fruto de su vientre? Pues aunque ella pudiera olvidarse, yo no te olvidaré” (Is 49:15). 

Nos detenemos, en el símbolo que ambos textos hacen alusión, réhem, el útero, el vientre materno de Dios, aunque por ser parte del cuerpo de la mujer, ya tiene una serie de estereotipos. Sin embargo, el término hace referencia a ese espacio del cuerpo, que tiene la posibilidad de engendrar vida y de cuidar su pleno desarrollo, sin duda esa experiencia, conlleva un sentimiento íntimo, profundo, amoroso, de plena vinculación e interrelación de dos cuerpos que están completamente compenetrados, ya que ese nuevo ser es la extensión de la misma mujer. No obstante, hago un alto, para expresar que no toda experiencia de gestación es la misma, y no es tan romántica, el pueblo hebreo lo sabía por ello presentó el parto como una “maldición” (Gn 3:16). Y en nuestros contextos hay gestaciones de la vida que son fruto de violencia y dolor, por ello no quiero dar paso a los discursos “antiaborto”. Desde el sentido de la misericordia, apelo a ella para mirar con profunda compasión algunas interrupciones en la gestación de la Vida, que no tiene comparación a las muertes inocentes de tantas vidas que se pierden en las guerras, en las redes de trata y tráfico de personas y de droga, en las dinámicas de los modelos de “desarrollo” de las políticas y economías extractivistas, que atentan contra la vida. 

Por lo tanto la misericordia, y la compasión tienen otras dimensiones, que posiblemente nuestra consciencia igualmente limitada aún no es capaz de reconocer, porque se halla en esas otras memorias que conservan nuestros cuerpos y que no necesariamente están en el pensamiento, sino en esos ámbitos vinculados a las otras sabidurías que habitan en el cuerpo y sus misterios, en las emociones, sentimientos, sueños y deseos. Por ello, me parece tan sugerente, rescatar las huellas de lo que supuso, el vínculo entre rahamin y réhem, en las prácticas religiosas que los textos del Primer Testamento no pudieron borrar. Pese a la predominancia de lenguajes y símbolos hegemónicos, se resistieron a morir. Pues desde esos otros modos de vivir y sentir lo Sagrado, surge algunas preguntas, ¿en qué se sostenían las experiencias espirituales y religiosas que sobrevivieron al establecimiento de sólo Yahvé? ¿Será que la memoria de vínculo con el vientre materno, tiene que ver con la experiencia de lo Sagrado? 

No se trata de una experiencia sólo de las mujeres, si bien hay un recorrido bello y subversivo de mujeres en sus prácticas religiosas vinculadas a las Diosas de la Fertilidad. Sin embargo, encontramos textos, que proceden también de experiencias masculinas como es la bendición de Jacob a José:

Que el Dios de tu padre, y él te ayude, el Dios Sadday, y él te bendiga con bendiciones del cielo por arriba, bendiciones del abismo que yace abajo, bendiciones de pechos y senos maternos, bendiciones de espigas y frutos, amén de las bendiciones de los montes antiguos, lo apetecible de los collados eternos, vengan a la cabeza de José (Gen 49:25 – 26)

Se trata sin duda de una bendición antigua vinculada a la experiencia de un pueblo agrícola y a las espiritualidades cósmicas que asumen los símbolos de lo Sagrado en relación al cosmos y lo femenino. Por lo tanto, vemos que los compiladores de los textos de Génesis, no pudieron borrar las huellas de la Tierra, como el origen de la Vida, por lo tanto como, Madre de los vivientes, como lo vemos en los capítulos 1 y 2 de Gn, donde la vida de todos los vivientes surge de la tierra y el agua.

Haciendo el recorrido por Gn 1, de la tierra brotan los vegetales y árboles (vv. 11 – 12); del agua bullen las aves, los peces y hasta los monstruos marinos (vv 20 – 21); de la tierra surgen los animales, reptiles y otro seres (vv. 24 – 25), y en ese mismo contexto en el v. 26 surgen las palabras que dicen “hagamos al ser humano, a nuestras imagen, como semejanza nuestra…”, por lo tanto denota que son creados a partir de la tierra, pues en los versículos anteriores la tierra produce todo tipo de vivientes. Y si seguimos el vínculo con la tierra y el agua, en Gn 2, se la presenta de manera explícita, ya que el ser humano es formado de la tierra húmeda (v. 7), la vegetación brota de la tierra (vv. 8 – 9) y todos los otros vivientes son formados de la tierra (vv. 18-19). Por lo tanto, en ambos textos adam (humanidad) estará vinculada con adama (tierra), como lo refleja el texto del Salmo 139: 15, que relaciona al útero materno, donde el nuevo ser es “tejido en las honduras de la tierra”. Por ello, me parece que las atribuciones maternas de Yahvé, no deben quedar sólo en el nivel de las metáforas, ya que son el reflejo de otras experiencias de lo Sagrado, vividas por varones y mujeres, como se refleja en los textos de Jeremías (44:2 – 3; 16 – 18), en que familias y comunidades enteras buscaban vincularse con la Reina de los Cielos, que ofrecía fertilidad, vida y protección, por lo tanto justicia.

El relato de Génesis 3, es un texto que parece presentar el triunfo de la tradición patriarcal por la sentencia que recibirán la serpiente (v. 14 – 15), el cuerpo de la mujer (v. 16) y la tierra (17 – 18), símbolos relacionados al origen de la vida. El varón, nombra a la mujer como Eva, “por ser ella la madre de todos los vivientes” (v. 20). Según Mercedes Navarro, se trata de “el origen no sólo humano de la vida humana. Si el hombre es un ser vivo entonces también tiene en ella su origen” (2010, p. 244).

A su vez, ha sido una cultura donde la descendencia era tan importante, por lo que lo deseado eran los vientres fértiles “benditos”, en contraposición de los vientres estériles “malditos”, que en cierta medida, se atribuía como un designio de Yahvé (cf. Gn 16:2). Sin embargo, en las experiencias más cotidianas encontramos a mujeres vinculadas a Ashera, Diosa de la fertilidad, que contaba con su propio espacio en el templo de Yahvé, y las aldeas de Jerusalén, e Israel (2 Re 23: 4 – 20), desde una representación mucho más comunitaria como eran los árboles y cipos (postes) sagrados, pero también desde sus  representaciones personales, en estatuillas con bustos prominentes encontrados por las regiones de Judá, se trata de “pechos independientes de los niños (propios), que simbolizan la plenitud de la vida, la sobreabundancia, la alimentación disponible” (Schroer, 2010, p. 59).

Pues desde esta experiencia, vemos que la presentación del Dios oficial, Yahvé, se apodera de los rasgos más característico que acompañaban a las Diosas, como la ternura, su capacidad generadora de la vida y protección, por lo tanto de compasión y misericordia, en el cuido de la Vida, no sólo humana, sino te todas las formas de Vida, como lo vemos expresado en los capítulos 38 – 39 de Job. 

Haciendo el breve recorrido por las huellas de esos otros modos de sentir y vivir lo Sagrado, podemos comprender algunos aspectos de la vida de Jesús: lejos del templo, releyendo las leyes a favor de la vida, sanando las relaciones desde los cuerpos, en síntesis cuidando y protegiendo la vida, desde el vínculo con su madre María la profetiza (cf. Lc 1:46 – 56), y asociado en su Genealogía según la comunidad de Mateo con mujeres protectoras de la Vida, como son Tamar, Rahab (Cananea), Rut (Moabita) y Betzabé (Itita).

Como mencionamos anteriormente, Jesús al ubicar la Vida sobre cualquier instancia religiosa, cultural, política y económica, la sacralizó, pues para las religiones cosmológicas la Vida es Sagrada y según su cosmovisión, como todo tiene vida, todo es Sagrado. Por ello se asoció lo Sagrado con lo femenino, por “su proximidad y semejanza con las fuerzas energéticas de la tierra” (Gebara, 1995, p. 49) de la que brota y germina toda la vida, pues ese será el gran enigma y misterio, la Vida. Este modo de experimentar lo Sagrado, rompe con la idea de un único modo de comprender a Dios y de comprenderse a sí mismo/a.

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