« Conexión con la Misericordia y Compasión que nos habita »

por Sofía Chipana Quispe


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En el camino de búsquedas de la Vida en Plenitud, se encuentran para dialogar las palabras y memorias habitadas en los textos bíblicos, y las palabras y memorias de las sabidurías y espiritualidades ancestrales habitadas en mi corazón. A partir de los caminos compartidos, rememoro la conexión con los deseos y convicciones de una humanidad renacida desde la memoria del útero, donde éramos formados/as en lo secreto, tejidas/os en las honduras de la tierra (cf. Sal 139:15), para conectarnos con la misericordia y compasión que nos habitan y seguir asumiendo el desafío de tejer la Vida Digna, desde los otros modos de sentir lo Sagrado.  

1. Una vida renacida desde la misericordia y compasión

Hace más de un año, que la iglesia católica propuso el ‘jubileo de la misericordia’, cuya invitación fue la de ser “misericordiosos como el padre” (Lc. 6:36), sostenida por reflexiones teológicas: Por ejemplo, Pagola, ubica el contexto judío de Jesús, cuya organización se basaba en seguir la orientación en la Santidad de su Dios (cf. Lv 19:2) en su conducta. Esto había sido asumido como un código o norma de vida, que será presentado (cf. Lv 17 – 26) ampliado desde la categoría de lo puro e impuro, y reflejado en una sociedad y religión excluyente y exclusiva, en la que se desarrolló fuertemente el sentido de pecado, que debía ser limpiado con el cumplimiento de las leyes y su  centralidad en el templo. Pues bien, según Lucas, Jesús presenta la misericordia o compasión de Dios como “la única manera de ser como es Dios” (Pagola, 2005-2006, p. 5), es decir, la comprensión de lo Sagrado como vientre materno, con entrañas, con pasión, ternura y amor. 

Sin embargo, por más que haya de fondo una buena intención, el lenguaje, y el uso de las imágenes misericordiosas de Dios, quedan aprisionadas, debido a la fuerte predominancia de la espiritualidad dualista en las estructuras eclesiales, que aún siguen separando la vida en puro e impuro, por lo que las imágenes y lenguajes masculinos, perviven como parte de la tradición patriarcal que asume en el ámbito de lo puro, el referencial masculino, de manera hegemónica, única y verdadera. Por eso, vale recordar que la misericordia y la compasión, en los textos bíblicos, tienen diversos matices, y son presentadas desde un rico lenguaje de símbolos vinculados a la Vida. 

Esto pudo ser una gran provocación de las estructuras eclesiales que presentan a Dios, como el gran “Señor” que tiene la potestad de otorgar el perdón, al que hay que clamar misericordia, y que es el claro reflejo del poder patriarcal y kiryarcal[1], que sostiene una relación de sometimiento y humillación, con las/os que están en la lista de las “impuras” e “impuros”. Sin duda, poco se reflexionó sobre esa manera de presentar lo Sagrado, más bien algunos sectores eclesiales en base a la supuesta “misericordia”, reforzaron la imagen de un Dios, juez misericordioso que perdona los pecados, haciendo mayor énfasis en el pecado como infracción a la “ley divina”, y no tanto como la ruptura de las relaciones, desde las prácticas de: injusticia, violencia, corrupción, exclusión, sometimiento, ambición, guerras, fundamentalismos, y otras más. Estas prácticas atentan contra la Vida de manera constante, y están sostenidas por los considerados “puros”. 

Si ya había una fuerte predominancia del sentido del pecado en el contexto eclesial, puede ser que el año destinado a la misericordia la haya reforzado un poco más, por lo que me parece sugerente la observación que hace José Arregi, a la bula papal, en la que se “muestra el equívoco de nuestro lenguaje religioso: en los 25 números de la Bula, el término ‘pecado’ se repite 25 veces y 11 veces el término ‘pecador’” (Arregi, 2016, s/p). 

Considerando el contexto anteriormente mencionado, buscaré recuperar el sentido de la misericordia, desde la inspiración de mujeres y hombres que en diversos espacios comparten su vida desde la compasión y la misericordia, guiadas/os por las fuerzas ancestrales de las sabidurías y espiritualidades ancestrales que tienen como criterio de vida, la comunión con la Gran Comunidad de la Vida de la que procede el Buen Convivir[2]. Pues desde esos otros caminos, contemplo la vivencia misericordiosa y compasiva de Jesús, en el restablecimiento de la Vida Digna (cf. Jn 10:10), que me llevan a preguntarme, sobre las fuentes o raíces que nutrieron e inspiraron sus convicciones, que lo llevaron a hacer frente a todos los sistemas de opresión de su tiempo: la ley, las tradiciones, la familia, el templo, la comunidad de los “puros”, y el imperio. Pues en todo su recorrido, se rescatan otros modos de comprender lo Sagrado, al sacralizar la vida, en vínculo a las tierras y territorios vitales y no sólo desde la centralidad del templo, Jerusalén.


[1] Es un término acuñado por Elisabeth Schüssler, entendido literalmente como el dominio del amo/señor, para remarcar que el patriarcado occidental siempre ha sido y aún es kyriarcado, que da poder de dominio a los varones libres, educados, acaudalados de la élite de un grupo nacional o religioso (cf. Croatto, 2001, p. 15). 

[2] Vease Boris Marañón (coord.), Buen Vivir y descolonialidad: crítica al desarrollo y la racionalidad instrumental, Mexico: UNAM, 2014; Ernestina Lopez Bac, “El nuevo amanecer: un grito de ´Buen Vivir/Buen Convivir´” AlainetOrg 2014; Sofía Chipana Quispe, “Corazonares desde el Buen Vivir”, Voices of the Ecumenical Association of Third World Theologians, 2014/3, 103-114; Pedro Casaldaliga, “Buen Vivir, Buen Convivir”, Agenda Latinoamericana 2012, Sumak Kawsay, Buen Vivir, Buen Convivir (www.serviciokoinonia.org).

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