2. La imaginación creadora: tras la huella de la mediación hermenéutica

El pensamiento filosófico viene transitando por la vía de la mediación hermenéutica desde comienzos de la década del sesenta. La propuesta de Paul Ricoeur de realizar una filosofía a partir de los símbolos le ha conferido estatuto filosófico a una hermenéutica, que ha tenido la osadía de incorporar el lenguaje literario de la metáfora y de la mímesis en el centro mismo de la renovación de su propio discurso.[6]“Filósofo de todos los diálogos”,[7] P. Ricoeurreconfigurósu discurso filosófico a partir del encuentro con la literatura, sin perder ni en propiedad ni en estatura.[8]Por el contrario, ganó para la filosofía un nuevo modo de pensar en constante apertura hacia lo distinto, ese otro que es permeable a la acción ajena a la vez que irreductible en su ipseidad. 

Dos cuestiones a tener en cuenta del aporte de Ricoeur. Primero, la distinción entre imaginación reproductora e imaginación creadora. La imagen no es aquí considerada como un residuo de la percepción ni está vaciada de un contenido real, sino que es presencia y revelación, actividad plena. El camino largo de la hermenéutica puede ser leído como un despliegue de esta imaginación creadora: desde el proceso de metaforización pasando por la triple mímesis hasta alcanzar la consumación en la poética del sí mismo.[9]

Segundo, hay que tener en cuenta que este tipo de imaginación creadora es concebido por Ricoeur sobre la base de una antropología de la desproporción entre la finitud y la infinitud. A la comprensión de la paradójica situación de la desproporción o “patética de la miseria” se llega, justamente, por vía de la imaginación creadora. En el quiebre que provoca el deseo de infinito, la imaginación realiza su acción innovadora. Este es el punto de encuentro de la teología con la literatura.

Sören Kierkeggard ya había relacionado la imaginación con la desproporción entre lo finito y lo infinito otorgándole un papel mediador de integración. Claramente la imaginación es,para él,puente hacia lo infinito y agente de integración de lo humano. Así lo señala en el Tratado de la desesperación

Es cierto que lo imaginario se debe ante todo a la imaginación; pero ésta líase a su vez al sentimiento, al conocimiento, a la voluntad, y así se puede tener un sentimiento, un conocimiento, un querer imaginarios. La imaginación, en general, es agente de la infinitación; no es una facultad como las otras…. Sino que, por así decirlo, es su proteo. Lo que hay de sentimiento, conocimiento y voluntad en el hombre, depende en última instancia de lo que hay en su imaginación, es decir, de la manera con que todas sus facultades se reflejan, proyectándose en la imaginación. […] El yo, como síntesis finito e infinito, es planteado primero, existe; luego, para devenir, se proyecta sobre la pantalla de la imaginación y esto le revela lo infinito de lo posible. […]. Entonces el campo de lo posible no deja de agrandarse a los ojos del yo, en él halla siempre más posible, puesto que ninguna realidad se forma allí.[10]

Es significativo el papel preeminente que el filósofo danés le otorga a la imaginación en relación con las otras facultades, justamente en su relación con lo infinito. Su potencia creadora proviene de lo posible que se abre en el horizonte. La facultad que lanza al ser humano hacia adelante es precisamente la imaginación que puede bosquejar y crear.

También G. Bachelard comprendió la imaginación como actividad creadora que, para él  no busca conocer ni actuar, dado que no es recepción pasiva sino ensueño y contemplación libre que presenta como una disposición esencial de lo humano.[11]

Bajo la influencia de la hermenéutica ricoeuriana, entre los teólogos, ha sido AdolpheGesché quien ha configurado su teología a partir del diálogo con la literatura. Su propuesta del “imaginario como fiesta del sentido”, con la que cierra su septualogía teológica, la imaginación creadora es presentada como mediación imprescindible. Señala al respecto: 

Para descubrir o construir el sentido, el hombre no puede confiar únicamente en la racionalidad sino que necesita otro campo más amplio, el del imaginario, que es uno de aquellos lugares donde la persona busca la forma de comprenderse y dar sentido a su existencia. […] El imaginario es, según esto, aquel espacio donde nos es posible crear, inventar. Ciertamente , también la razón nos lo permite, pero ella está ahí sobre todo para poner orden, para comprender e interpretar lo que nos pasa, y también para encauzar aquello que una imaginación desbocada podría tener de destructor y devastador. [….] El imaginario es como ese fondo inmenso, inmemorial o personal, en el que podemos sumergirnos sin cesar, como en fuentes bautismales originarias.[12]

A. Gesché planteó el punto de encuentro de la teología con la literatura en el imaginario como acervo cultural de la memoria colectiva. Esto es un paso significativo y se encuentra en la misma línea de valoración de la imaginación como mediación hermenéutica de nuestra propuesta, aunque con la diferencia importante de que nuestro interés no está puesto en “el imaginario”, sino en el proceso que puede desencadenar la literatura por mediación de la imaginación creadora en el pensamiento teológico.[13]

[6] Cf. Jean Greisch, Paul Ricoeur. L´itinérance du sens, Grenoble, Éditions Jérome Millon, 136-141.

[7] Bajo este título apareció recapitulado su itinerario escrito a propósito de su muerte en un artículo publicado en Le Monde, los días 22 y 23 de mayo de 2005. Citado por FrancoisDosse, Paul Ricoeur Los sentidos de una vida (1913-2005), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013, 746.

[8] Cf. Paul Ricoeur, “La imaginación en el discurso y en la acción”, en Del texto a la acción, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001, 197-218; ID. La Metáfora viva, Madrid, Ediciones Europa, 1980; ID. Tiempo y narración I. Configuración del tiempo en el relato de ficción, México, Siglo XXI, 1995.

[9] Cf. Marie-France Begué, Paul Ricoeur: La poética del sí-mismo, prefacio de Paul Ricoeur, Buenos Aires, Biblos, 2003, 24-33.

[10] Sören Kierkegaard, Tratado de la desesperación, Buenos Aires, Leviatán, 2004, 46-47;53.

[11] Cf. Gaston Bachelard, La poética de la ensoñación, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 1993. 

[12] Adolphe Gesché, El sentido, Dios para pensar VII, Salamanca, Sígueme, 2004, 157-159.

[13] Cf. Nicolas Steeves, Gràce à l´imagination. Intégrer l´imagination en théologie fondamentale, Paris, Cerf, 2016. 

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