Sofía Chipana Quispe

«Saberes y espiritualidades relacionales en Abya Yala»


Palabra que vive  

Inicio este compartir evocando las fuerzas de las sabias y sabios de Abya Yala[1] para tomar la palabra en vínculo con las ancestras y ancestros que acompañan la búsqueda de sabidurías a partir del buen entendimiento, el buen querer y el buen hacer, que se gestan en la vivencia de las espiritualidades relacionales que procuran la armonía de la vida en nuestros territorios. Como se expresa profundamente en el altar de la vida de los pueblos mayas a partir del kajb’al[2], las cuatro orientaciones que entreteje la integralidad y el proceso cíclico de la vida, que camina junto con la fuerza del sol naciente del este, vive sus transformaciones necesarias en la oscuridad de la noche del oeste, vinculándose con el aliento vital de todos los seres procedente del sur, y encaminando los propósitos de los caminos en dirección del norte. 

Desde el vínculo con la fuerza que nos llega de los diversos seres que habitan nuestros territorios, ofrezco estas palabras que buscan entretejerse con las diversas palabras que aportan con persistencia sus hilos de colores a la Gran Red de la Vida. Buscamos seguir restableciendo el equilibrio y la armonía tan necesarios en nuestros tiempos, en que la amenaza del poder dominante de la ambición humana asecha, violenta y mata. Pero no silencia, como lo podemos ver en los diversos pueblos que se ponen de pie y deciden caminar: no hay balas ni fuerzas militares que los detengan, porque el fuego de la dignidad va emergiendo desde la conexión con las memorias antiguas de resistencias que dejaron su registro en nuestros cuerpos. Aquí dejo estas palabras para seguir “corazonando”[3].

Sabidurías ancestrales en resistencia   

El largo transitar de las sabidurías ancestrales en Abya Yala pasó por tiempos de rupturas y vacíos, que supuso la enajenación de identidades y avasallamiento de territorios, fundamentadas en la atribución de una superioridad cultural basada en la analogía entre lo sagrado y la religión, desde la que se sustentaba el conocimiento en la Europa medieval, por lo que la transgresión de la sana doctrina al asumir los saberes plurales, fue catalogada como herejía o brujería. De modo que la atribución del poder de unos cuantos “elegidos” que llegaron a nuestros territorios, invalidó las sabidurías y espiritualidades vinculadas a los ciclos del cosmos de los pueblos conquistados, a partir del discurso religioso hegemónico que se extiende hasta nuestros tiempos. 

Cinco siglos resistiendo

Evoco algunas memorias de la sabia andina, Luzmila Carpio, cuando describe a su pueblo sin iglesia felizmente. Pues en nuestros territorios, la religión emprendió una gran profanación de los saberes y sabidurías entrelazadas con las espiritualidades, aunque para la comitiva misionera del cristianismo fue una campaña de extirpación de idolatrías, como guerra contra el demonio, según se narra ampliamente en las diversas crónicas de sacerdotes doctrineros y encomenderos:

Según una teoría de la época, formulada por José de Acosta en su Historia Natural y Moral de las Indias (1590), después de la total cristianización de Europa, el Demonio se habría trasladado a América: “Mas, en fin, ya que la idolatría fue extirpada de la mejor y más noble parte del mundo, retiróse (el Demonio) a lo más apartado, y reinó en esta otra parte del mundo, que aunque en nobleza muy inferior, en grandeza y anchura no lo es”[4]

De esa manera se invalidó no sólo la narrativa sagrada de los pueblos (símbolos, relatos, texturas, arte, espacios, tiempos, experiencias), sino también su conocimiento y sabidurías, para dar paso a la cristianización del territorio, a fin de borrar todo vestigio de la presencia del demonio. 

En ese contexto se entienden las palabras de Luzmila, ya que la presencia cristiana generó una serie de rupturas que desarmonizó la vida en nuestros territorios al estigmatizarlas como demoniacas. Pues la vida era concebida de manera íntegra, teniendo como eje dos principios profundos, el equilibrio y la armonía, desde los que se supera la noción dualista de lo bueno y malo, lo sagrado y profano a partir del criterio de la reciprocidad y la complementariedad que busca armonizar las fuerzas que desequilibran la vida. 

¿Qué hubiéramos sido, si hubiéramos podido ser?

Pese a las diversas afirmaciones para seguir siendo, la gran carga colonial se extendió a partir del sistema hegemónico imperante de “occidente”, bajo el nombre de civilización y ahora desarrollo. Como pueblos vivimos asedios permanentes en el proceso de nuestros saberes, idiomas, espiritualidades, ciencias y tecnologías, que no fueron asumidas como tales, por ser consideradas primitivas, privándolas de desenvolverse plenamente. A su vez, los espacios del saber “civilizatorio” a los que  accedemos siguen el hilo colonial del monocultivo mental que silencia nuestros saberes y los otros saberes en conexión con el cosmos, que se sólo conoce caminándolo, mirándolo, tocándolo, sintiéndolo, amándolo. 

Aunque cargamos una serie de ropajes coloniales en nuestro ser y saber, percibimos la fuerza creativa de las semillas milenarias que sembraron las abuelas y abuelos. Ellas van germinando nutridas por las sabidurías y espiritualidades que mantuvieron el coraje de la resistencia de nuestro bello pluriverso, expresado en semillas, colores, rostros, lenguajes, melodías, sabores, festividades, ritualidades, tiempos, espacios y  territorios habitados por la gran diversidad de vivientes. 

Seguimos haciendo camino, pese al amedrentamiento del capitalismo patriarcal y racista, que, día a día, nos deja el dolor de los cuerpos que caen como semillas antes de tiempo, porque en el horizonte vislumbramos un tiempo oportuno para establecer nuestras plurinacionalidades desde el acuerpamiento territorial que desdibuja las lógicas de las fronteras del nacionalismo colonial, para seguir criando la vida y siendo criadas por ella. 

La sabiduría de la crianza amorosa de la vida

Para presentar algunos entretejidos de sabidurías y saberes ancestrales, evoco la palabra viva del quechua, kachkaniraqmi, que se traduce como, “sigo siendo”, “aún sigo estando”. Esta palabra es pronunciada cuando una persona quiere expresar que a pesar de todo aún es, que existe todavía; pues de ese mismo modo muchas nacionalidades, pueblos y comunidades en Abya Yala, viven entrelazándose entre sí formando un tejido vivo, a partir del impulso de la memoria. El pasado es la fuente de la comprensión de la vida, desde la que estamos aprendiendo a releer y narrar nuestras historias y sabidurías recreadas una y otra vez, con los diversos hilos rotos, quemados, pero también con los que se empiezan a hilar.

Las palabras caminantes de los pueblos conectados a su ancestralidad tienen como demanda común el cuidado y defensa de la Madre Tierra. No se trata de una demanda reciente, ni de un “ecologismo popular”. Se trata de otros modos de ser que se resistieron a no morir a lo largo de 300 años de imposición y violencia colonial, que se extiende en los más de 200 años de los estados nación que se sustentan en el mito moderno del desarrollo ilimitado que configuró al cosmos, como materia y a sus habitantes como objetos que hay que someter y dominar. Por ello, las políticas extractivistas se acompañan del exterminio de las poblaciones que se oponen a dicho fin, justificando así la criminalización de las resistencias y la militarización de los territorios, porque los otros modos de ser y estar suponen una amenaza. 

Esa otra manera de ser en la cosmopraxis[5] de los pueblos parte de la comprensión de la ontología relacional desde la que se asumen “otras formas de relacionarse más simétricamente entre humanos, animales, plantas…”[6]. Todo tiene vida, su tiempo y su lugar en el Cosmos, donde la humanidad es parte de la gran comunidad de interrelaciones que fluyen recíprocamente y de manera complementaria para criar la vida. Esta sabiduría la vemos expresada cuando los diversos seres son equiparados con la categoría de personas, a fin establecer una relación simétrica y amorosa:

Todos los que vivimos en esta pacha somos personas; la piedra, la tierra, las plantas, los frutos, el agua, el granizo, viento, enfermedades, sol, luna, las estrellas, todos somos una familia; para vivir juntos, nos ayudamos mutuamente unos a otros, siempre estamos en continua conversación y concordia”[7].

Las relaciones de cariño no son una cualidad exclusiva de las personas, sino también de las otras y otros seres:

Al zorro le decimos: tú nos vas a avisar cómo va a ser la campaña agrícola. Tampoco tienes que comer a las ovejitas, porque tú tienes a tus cuyes grandes, eso vas a estar comiendo y así nadie te va a molestar[8].

De ese modo se logra establecer el ser criada/o por los otros/as seres, desde la sensibilidad de saber en qué momento y cómo están conversando la persona-animal, la persona-semilla, la persona-río…

Así también, las relaciones con los espíritus, fuentes de vida, fuerzas tutelares, las y los ancestras/os, no se da sólo por medio de los rituales que buscan criar la armonía de la comunidad, sino también en la comunicación permanente de los quehaceres cotidianos. Por lo tanto, la sabiduría de la crianza de la vida tiene un sentido bidimensional: es empírico porque tiene que ver con las relaciones concretas, y es simbólico espiritual pues palpita con las fuerzas vitales del Cosmos. 

Por otra parte, la sabiduría de la crianza mutua procura la existencia de la mayor biodiversidad que habita en los diversos territorios, pues la reciprocidad procura las interrelaciones de todos/as  los/as seres, ya que la ausencia o el malestar de uno/a afecta a las relaciones en la comunidad de vivientes. 

De esta manera, la ética de la responsabilidad por la continuidad de los ciclos del cosmos, en la crianza recíproca de la vida, orienta el Buen Vivir como una propuesta cósmico-política, que recoge el sentir de que todo está interconectado, interrelacionado y es interdependiente. Lo que implica, según la sabia maya xinca Lorena Cabnal, la Ixina, “el despertar a la conciencia cósmica para abrazar una nueva era para los cuerpos y los territorios”[9]. Sentir que será expresado por las 2,500 mujeres de más de 130 pueblos del Brasil que se apalabraron en su encuentro diciendo: “territorio es nuestra propia vida, nuestro cuerpo, nuestro espíritu”[10]

Estamos en el tiempo propicio para reencauzar nuestros saberes, a partir de las sabidurías y espiritualidades relacionales, por lo que pertinentemente dirá Fernando Huanacuni: “volver a nuestra sabiduría no es retroceder, sino reconstituirnos en los principios y valores que no tienen tiempo, que no tienen espacio”[11]

El tejido de las espiritualidades relacionales en Abya Yala

El encuentro con las raíces milenarias de nuestros pueblos parte de la fuerza dinámica de nuestras espiritualidades que nos devuelve a nuestra constitución de seres relacionales, siguiendo el principio cósmico de que todo tiene su tiempo y su lugar. Desde dicho principio se logran generar los vínculos necesarios, incluso con la religión impuesta que fue el cristianismo, asumido paulatinamente en una serie de apropiaciones de algunos símbolos interpretados desde la propia matriz cultural, como puede verse en la experiencia de algunos pueblos en una divergencia significativa con el dogma y el catolicismo popular. 

Entretejiendo nuestras espiritualidades

El resurgir de las espiritualidades ancestrales de la clandestinidad, supera la equiparación de las mismas como religiosidades populares vinculadas al cristianismo, como lo plantean acertadamente Sylvia Marcos:

La “espiritualidad indígena” no es asunto de iglesia, de devoción personal o de creencias individuales. Es aquello que unifica e identifica a las colectividades; que les da cohesión. Es lo que se recupera de los ancestros, lo que dota de sentido a sus luchas políticas y sociales. No es, en definitiva, una religión institucional[12].

Y precisa Josef Estermann:

No se limita a un cierto campo o a ciertas instituciones y especialistas, sino que está presente en todos los aspectos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, desde la siembra a la cosecha, y por supuesto en todo lo que tiene que ver con la mejora de las condiciones de la vida[13].

Por su parte Vicenta, Mamani afirmará, partiendo de su experiencia, que:

La espiritualidad es parte de la identidad cultural y viceversa, porque no hay identidad sin espiritualidad, ni espiritualidad sin identidad. Por lo tanto, estamos convencidos y convencidas de que la espiritualidad brota de la vida[14].

Aunque las espiritualidades ancestrales se entretejen a partir de las ontologías relacionales, percibimos que corren el riesgo de quedarse en la tradición a fin de resguardar ciertas formas. Por otra parte, el desarraigo territorial de las poblaciones que se desplazan hacia las ciudades genera una serie de influencias que las alejan de la reciprocidad en la crianza de la vida, lo que deriva en el desmembramiento de sus raíces. 

En el entretejido de las espiritualidades relacionales, no podemos negar que algunos pueblos hayan asumido las prácticas religiosas cristianas como parte de su caminar. Sin embargo, en los procesos de intercambio, habrá que considerar que la interculturalidad en nuestros contextos, parte del proceso intracultural, que permite a los pueblos beber de sus propios pozos. 

Las fuentes de las espiritualidades relacionales 

Pero la influencia de la espiritualidad dualista cristiana generó una serie de relaciones jerárquicas que se extendió en los diversos ámbitos de la vida, ubicando así en un nivel superior a los varones, subordinando a las mujeres. No se puede negar que en esa relación hubo también rastros de un patriarcado ancestral, que no es equiparable al patriarcado occidental que feminizó incluso el cuerpo masculino del “indio”. La condición “inferior” de la mujer limitó su relación con el espacio civilizatorio que le permitió recrear sus sabidurías y espiritualidades, como lo expresa Vandana Shiva:

Las mujeres de tercer mundo, cuyas mentes no ha sido aún despojadas o colonizadas, están en una posición privilegiada para hacer visibles las invisibles categorías opuestas de las que son guardianas […] Sus voces son las voces de la liberación y la transformación que proporcionan nuevas categorías de pensamiento y nuevas direcciones exploratorias[15]

Ellas supieron tejer la vida que se resiste a morir, como asevera Vicenta Mamani respecto a su pueblo: “la mujer aimara es el sujeto protagónico y contribuye a la identidad y la espiritualidad desde las prácticas comunitarias”[16]. A su vez, para Sylvia Marcos “las mujeres están recapturando, de manera activa, espiritualidades ancestrales para descolonizar aquellos universos religiosos que fueron forzadas a adoptar históricamente”[17].

La fuerza que procede de las mujeres no será casual, ya que se trata de una conexión con la memoria larga de los pueblos para restablecer la crianza de la vida, superando la memoria corta de los más de 500 años en los que se acentúo la fuerza masculina. Así logran vincularse a la fuente vital femenina nombrada de diversas maneras, pues su reconocimiento ayudará a superar los desequilibrios, como lo plantea Shiva:

La recuperación del principio femenino es una respuesta a las múltiples dominaciones y privaciones no sólo de las mujeres, sino también de la naturaleza y las culturas no occidentales. Defiende la recuperación ecológica y la liberación de la naturaleza, la liberación de las mujeres y la liberación de los hombres, quienes al dominar a la naturaleza y a las mujeres han sacrificado su propia humanidad[18].

Las mujeres, en su conexión con las sabidurías y espiritualidades ancestrales, se reconocen como parte de pueblos vivos, cuya vida depende de la capacidad de recrear sus identidades a partir de lo impuesto, como lo hacen con su vestimenta, a la que le fueron dando sus propios matices, ya que mientras van transformándolas, también se crean y se transforman a sí mismas. No se trata de simples técnicas, sino de ofrecer vida, como se puede apreciar en el aprendizaje de la labor textil, donde “[…] la cadena operatoria del textil no consiste solamente en un conjunto de secuencias técnicas a secas. Las jóvenes también deben aprender a introducir vida en el textil”[19]

En los procesos de vínculos, la espiritualidad ancestral recupera la conciencia de que “todos los tipos de seres vivientes dependen de otros para su existencia y se entrelazan en un inmenso tejido que evoluciona continuamente”[20], que confronta las relaciones “[…] basadas en la sexualidad humana siguiendo normas heterónomas, [que] se refleja en la construcción del pensamiento cósmico sexual”[21]. Restableciendo de ese modo la reciprocidad de la vida en el cosmos se supera la noción binaria de lo femenino y masculino, pues se trata de fuentes vitales que fluyen en reciprocidad en los diversos seres y de diversas maneras. 

Intencionando la reciprocidad de la sanación 

Para concluir dejo de entrelazar las palabras, siendo consciente que la desarmonía que provoca el desequilibrio en la Madre Tierra tiene que ver con nuestra humanidad enferma, ya que en la gran red de relaciones no se gesta el buen vivir cuando algún miembro no se encuentra bien.

Los acontecimientos recientes que presenciamos en nuestros territorios, reflejan la resistencia de las comunidades humanas indignadas ante el poder autoritario que sostiene las diversas opresiones sobre los cuerpos, siguiendo los viejos patrones coloniales que se sostiene en el poder de las armas y en el discurso religioso que se impone como la verdad absoluta. 

Unidas a la memoria afectiva de las sanadoras “intencionamos” la fuerza recíproca de la sanación como un proyecto histórico de encuentros, ritualidades cíclicas compartidas, espiritualidades que dialogan para seguir criando la vida y dejándonos criar. Descolonizando nuestros seres, saberes y poderes podemos entretejer, desde las sabidurías plurales, la armonía de la vida plena, porque “sanando yo, sanas tú y sanando tú, sano yo, sanando tú y yo sana la Madre Tierra y todas las comunidades de vivientes”.


Notas

[1] En el idioma del pueblo Kuna de Panamá, se traduce como tierra en plena madurez, expresión asumida por los diversos pueblos como alternativa al nombre colonial de América Latina.

[2] Símbolo de la integralidad de la vida a partir de los cuatro puntos cardinales que es expresado en el altar maya.

[3] Una aproximación al proceso reflexivo donde es importante la escucha del corazón que pasa por el entendimiento.

[4] Van den Berg, Hans. La tierra no da así nomás: Los ritos agrícolas en la religión de los aymara-cristianos. Cochabamba: Hisbol-UCB/ISET, 1990, 195.

[5] Concierne a las prácticas relacionales de co-participación en el mundo.

[6] Arnold, Denisse. “Hacia una antropología de la vida en los Andes”, en Galarza, Heydi (ed). El desarrollo y lo sagrado en los Andes. La Paz: ISEAT, 2017, pp. 11-40, aquí 16.

[7] Apaza Ticona, Jorge. “Cosmovisión andina en la crianza de la papa”, en van Kessel, Juan & Larrain, Horacio (Eds.). Manos sabias para criar la vida, tecnología.  Quito: Hombre y Ambiente, 1997, 101-125, aquí 103.

[8] Ibíd., 106.

[9] Lorena Cabnal, Documentos en construcción para aportar a las reflexiones continentales desde el feminismo comunitario al paradigma ancestral originario del “Sumak Kawasay”, Buen Vivir. Asociación de mujeres indígenas de Santa María Jalapa AMISMAXAJ, 15. URL: https://amismaxaj.files.wordpress.com/2012/09/buen-vivir-desde-el-feminismo-comunitario.pdf. [Consulta: 20 de junio de 2017].

[10] Primera Marcha de las Mujeres Indígenas: “Territorio: nuestro cuerpo, nuestro espíritu”,  16 agosto 2019 [Consulta: 20 de septiembre de 2019].

[11] Fernando Huanacuni. “El Buen Vivir, tradición indígena”. Agenda Latinoamericana, 24-25, aquí 24 [20 de septiembre de 2019].

[12] Sylvia Marcos. Mujeres, indígenas, rebeldes, zapatistas, México, Eón, 2013, 122.

[13] Esterman, Josef. “El mercado religioso y la Religión del Mercado”, en ISEAT, Religión y desarrollo en los Andes. La Paz: ISEAT, 2008, 59.

[14] Mamani, Vicenta. Identidad y espiritualidad de la mujer aymara. La Paz: Misión de Basilea-Suiza y Fundación SHI-Holanda, 2000, 25.

[15] Shiva, Vandana. “Mujeres en la naturaleza: la naturaleza como el principio femenino”, 15 junio 2014 en, Agra Romero, María Xosé (comp. y traductora). Ecología y feminismo, Granada, Ecorama, 1998, 5 [Consulta: 20 de Septiembre de 2019].

[16] Mamani, Vicenta. Identidad y espiritualidad de la mujer aymara, 2000, 107.

[17] Marcos, Sylvia. Mujeres, indígenas, rebeldes, zapatistas, 2002, 4.

[18]  Shiva, Vandana. Mujeres en la naturaleza: la naturaleza como el principio femenino, 2014, 8.

[19] Arnold, Hacia una antropología de la vida en los Andes, 2017, 19.

[20] Ibídem.

[21] Cabnal, Lorena. “Acercamiento a la construcción de la propuesta de pensamiento epistémico de las mujeres indígenas feministas comunitarias de Abya Yala” en Feminista Siempre. Feminismos diversos: el feminismo comunitario, España: ACSUR-Las Segovias, 10-25, aquí 13 [Consulta: 20 de junio de 2017].


Autor

Sofía Chipana Quispe es Miembro de la comunidad de Teólogas Andinas de Abya Yala y la Comunidad de Teología Andina (Perú-Argentina-Bolivia). Coordina el Centro de Saberes Alternativos Thakichañani en El Alto de La Paz, Bolivia.

Dirección: Casilla 1191. La Paz, Bolivia.

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