Conrado Zepeda Miramontes
« Los exilios en la aldea global y la compasión política »
Stefanie Knauss – Carlos Mendoza Álvarez
Concilium 2019-5. Queere Theologien: Der queere Leib Christi werden
Concilium 2019-5. Queer theologies: becoming the queer body of Christ
Concilium 2019-5. Teologías queer: convertirse en el cuerpo queer de Cristo
Concilium 2019-5. Teologie queer: diventare il corpo queer di Cristo
Concilium 2019-5. Théologies queer : devenir le corps queer du Christ
Concilium 2019-5. Teologias queer: tornar-se o corpo queer de Cristo
I. Introducción
El exilio siempre es doloroso. Duele cambiar abruptamente de realidad: salir huyendo de un momento a otro cuando no se ha planeado; dejar la tierra que nos vio crecer y dejar relaciones de amistad y parentesco que brindan la certeza de pertenecer a un grupo; dejar costumbres y cultura que dan identidad. Es un trauma vivir el exilio forzoso, ya que no es un opción elegida libremente. Lo más angustiante es encontrarse con un camino incierto, peligroso, marcado por el rechazo en lugares donde se transita, siendo malavenidos en tierras a donde se llega.
El drama que viven hoy millones de migrantes y refugiados en todo el mundo tiene causas sociales como el hambre, las guerras, la violencia, la corrupción y las graves consecuencias del cambio climático. Hoy se estima que hay más de 250 millones de personas migrantes en el mundo, una cifras conservadora que representa el 3% de la población mundial. Esta población se encuentra fuera de su lugar de origen, viviendo un verdadero exilio donde se repite la incertidumbre y el dolor vivido por el pueblo de Israel.
En México somos testigos del exilio de millones de compatriotas que han salido, en las últimas décadas, hacia Estados Unidos y Canadá, para encontrar lo que su país no les ofrece. En particular, como Iglesias acompañamos el exilio masivo de personas centroamericanas huyendo del hambre y la violencia. Desde finales del año 2018 se ha recrudecido esta situación con la integración de flujos mixtos en caravanas de miles de personas y familias con mujeres, ancianos y niños, además de los flujos regulares de personas que pasan cada año la frontera. Estas caravanas se han organizado con la finalidad de pasar por territorio mexicano con los menores riesgos posibles, ya que en la ruta migratoria se cometen el mayor número de delitos contra ellos. México es el segundo corredor más grande de migrantes del mundo, y uno de los más peligrosos, con cerca de 500 mil personas migrantes que cruzan nuestro territorio por año de una manera indocumentada, viviendo un sin número de vejaciones, como mutilaciones por viajar en el tren de carga, violaciones, robos, extorsiones y persecuciones. Hemos escuchado miles de testimonios de personas migrantes y refugiadas contando sus historias de vía crucis y de maltrato en su ruta migratoria historias, pero también sus historias de esperanza.
Un ejemplo de estas crucifixiones diarias son las historias de mujeres migrantes: el 80% que cruza por territorio mexicano, procedentes del triángulo norte de Centroamérica, toma pastillas anticonceptivas porque saben que en el camino es muy probable que alguien se aproveche de su situación de vulnerabilidad y busque ‘engancharlas’ para someterlas a la trata de personas, sean violadas por quienes se dedican al servicio público o son parte del crimen organizado, o incluso por particulares que las raptan, violan o violentan de manera recurrente.
La historia de Cecilia es representativa de esta violencia sistémica. Ella estuvo migrando por tres meses desde su país natal Guatemala con rumbo a Estados Unidos. Quiso ser militar en su país, pero por ser mujer tuvo que padecer ‘servicios sexuales’ exigidos por sus superiores inmediatos, motivo por el que dejó el ejército. Entonces creó su propia tienda de venta de cosméticos. Pero un miembro de las ‘maras’, comenzó a extorsionarla cobrándole ‘derecho de piso’ para que pudiera seguir trabajando. Después de mantener su negocio, un día ya no le alcanzó el dinero para pagar las extorsiones, los adeudos se fueron acumulando y fue amenazada de muerte. Inmediatamente Cecilia salió huyendo de su país para buscar una vida mejor y escapar de las garras de la violencia. La conocí personalmente cuando llegó al albergue de Bojay, en el estado de Hidalgo, cercano a la Ciudad de México. Cecilia se acercó a platicar y pedir protección. En su trayecto por territorio mexicano ella había padecido dos violaciones, la primera al atravesar un campo solitario con otros migrantes en el estado fronterizo mexicano de Chiapas con Guatemala: personas encapuchadas robaron las pertenencias de todos y las mujeres fueron violadas por este grupo criminal. Después de esta experiencia traumática, ella decidió buscar la protección de otro migrante, haciéndose novia de uno de ellos. A mitad de camino, una noche el novio migrante decide robarle sus pertenencias y violarla salvajemente, para dejarla abandonada en el camino, esta fue la segunda vez que vivió una situación similar. Cecilia decidió unirse a otro grupo de migrantes, donde había una familia, y junto con ellos llegó al albergue donde yo me encontraba. Allí, aterrorizada, pidió protección porque el hombre que era cabeza del grupo ahora quería abuzar de ella. Cecilia ya no podía resistir más adversidades. Se le dio protección y actualmente se encuentra en proceso de solicitud de asilo en México.
II. La compasión política
Las Iglesias que acompañamos este exilio confesamos que Dios no es indiferente a esta situación de dolor. Creemos que el Dios de Israel y de Jesús se compadece y mueve corazones para que el pueblo creyente actúe en su nombre y lleve a la acción la compasión evangélica. En las personas migrantes y refugiadas hemos aprendido a contemplar al Crucificado, con esperanzas en medio de sus dolores.
En ocasiones la compasión política lleva a las Iglesias y la sociedad civil que acompaña a personas migrantes a trasgredir leyes, cuando son injustas, como en algunos estados de la Unión Americana donde dar ayuda humanitaria es tipificado como un delito federal. El gobierno de ese país quiere desalentar el apoyo de la sociedad civil y de las Iglesias que dan ayuda a migrantes y a posibles solicitantes de refugio. Estos grupos se organizan para dejar agua y comida a las personas migrantes en el desierto, por donde pasa su travesía, les llevan a hospitales para que sean curados de sus enfermedades. Lo hacen porque piensan que los seres humanos tenemos el derecho de libre tránsito, que todos tenemos el derecho de encontrar nuevas oportunidades económicas, políticas y educativas que les han sido negadas en sus lugares de origen. Por eso las Iglesias defienden el derecho de tener techo, pan y sustento digno, inspiradas por un fondo creyente de servicio a las personas migrantes como expresión del amor de Dios.
Pero la compasión evangélica no puede ser ingenua, pues necesita estar cargada de una fuerte dosis de respeto a los derechos fundamentales inscritos en lo político, entendido como lo que se refiere al interés de todos los seres humanos en el espacio público. Politikós significa el espacio de la vida en común, relativo al buen ordenamiento de la ciudad y de los asuntos de las personas como miembros de la ciudad. Las personas migrantes y refugiadas también son parte constitutiva de la polis, como ciudadanos en tránsito y en búsqueda de un lugar donde se respete su condición humana.
Desde la perspectiva evangélica, la compasión no pude quedar desvinculada de los asuntos de los ciudadanos, como si fueran dos entidades por separado. La compasión necesita ser política para no quitarle la fuerza de la acción transformadora, en donde el acercamiento al sufrimiento y al dolor, como a la alegría y las esperanzas de los otros, inspira acciones que promuevan el respeto a los derechos humanos de todas las personas y comunidades. La compasión políticavincula así un ámbito fundado en el evangelio con una dimensión concretizada en el respeto irrestricto de derechos negados: seguridad, vida, alimentación, educación, libre tránsito, trabajo, vivienda, entre otros, donde todos tengamos derechos a disfrutar de estos elementos básicos como fundamento para la realización humana.
Estas líneas describen lo que hemos aprendido a reflexionar desde el Espíritu de Dios, sobre las narrativas que se construyen no sólo con los datos duros y terribles que viven las personas migrantes y refugiadas. Buscamos rescatar las experiencias de las Iglesias que atienden a las personas migrantes desde una compasión evangélica, no ingenua, vivida como compasión política, que ayude a empoderar a las subjetividades de las personas migrantes en la defensa de sus derechos humanos. Y, desde una perspectiva evangélica fundante, hemos aprendido a fortalecer los procesos para dar vida, correspndiendo así a lo que Dios anhela para la humanidad.
III. A manera de conclusión
Las personas migrantes y refugiadas, por su situación de extrema vulnerabilidad, son los primeros depositarios de la compasión divina y del compromiso de las Iglesias, como rasgo esencial del testimonio en la compasión divina que ‘desclava crucificados’. Pero esta compasión no puede ser ingenua, sino que necesita ser activa en la defensa de los derechos humanos. Esta acción, en la actualidad, se traduce en el respeto de los derechos fundamentales de todo ser humano, en especial los que han sido negados por la condición de vulnerabilidad extrema y de clandestinidad en que se mueven los grupos de población en migración forzada que, en su gran mayoría, entran a diversos países sin documentos oficiales.
La compasión política es pues un rasgo actual las Iglesias que acompañan el éxodo de las personas en movilidad forzada en el mundo globalizado que – desde la afectación en la compasión – vivimos la acción, transformando los relatos de muerte en historias de vida. Tal experiencia es anticipación en la historia de aquella vida plena que anhelamos como don humano y divino. Esa vida plena comienza por el reconocimiento de los derechos de todas las personas que viven en situación de vulnerabilidad extrema, de manera especial, las personas migrantes y refugiadas como primeras destinatarias de la redención.
Author
Conrado Zepeda Miramontes es un jesuita mexicano, bachiller en filosofía, ciencias sociales y teología, con una Maestría en Antropología Social. Durante más de treinta años ha caminado junto con grupos vulnerables: indígenas, jóvenes en situación de calle y con adicciones. Desde 2016 trabaja con personas migrantes y refugiadas. Es miembro de los Servicios Jesuitas a Migrantes y Refugiados en México.
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