2. La ciudad, un lugar de refugio

Las calles de Bogotá y de las principales ciudades del país son así hoy los testigos históricos de los procesos mencionados. Receptoras de las víctimas del conflicto, así como de todas aquellas personas que buscan salir de la pobreza y encontrar un mejor futuro, estas calles nos muestran un individuo que es fiel representante de la movilidad y circulación de la vida moderna. El vendedor de la calle por ejemplo, se define como un mercader cuyas actividades comerciales dependen del lugar y del momento. La movilidad física y la carencia de licencias formales y de aprobación legal hacen parte de sus características. 

El cambio permanente y la movilidad constituirían así las bases de este nuevo modo de sobrevivir a la incertidumbre. Las fronteras entre lo legal y lo ilegal se hacen porosas. Sus lógicas responden a la fluidez del mundo moderno y a la circulación del capital, pero desde una posición precaria y marginal. Según un trabajo del sociólogo Richard Sennet, tales comportamientos estratégicos podrían inscribirse en el nuevo capitalismo:„Los nuevos trabajadores del capitalismo celebran la apertura al cambio y el gusto por el riesgo. El trabajo a largo término ya no existe. Las incertidumbres de la nueva economía los atrapan en un cambio constante, son absorbidos por el flujo del trabajo en red”.[1]


De lo anterior podemos deducir que la informalidad expresa claramente el vacío institucional y la carencia de protección social de esta población desde los ámbitos de la supervivencia, la subsistencia y la dignidad humana y se relaciona con nuevas modalidades de diferenciación social y de “desafiliación”[2]. Nos encontramos así frente a un individuo autónomo, salido de las clases populares y campesinas, con condiciones de vida inestables determinadas por la ruptura de la memoria, la ilegitimidad política y la precariedad social. Es decir, un individuo que vive en un sistema democrático representado en la fragmentación del Estado, sumergido en las lógicas del libre comercio y que tiene como mito fundador la pérdida. Desde la pérdida y la posterior búsqueda de alternativas, los actores sociales, adquieren el carácter de sujetos independientes, pero desposeídos de propiedad privada, de un trabajo formal y por lo tanto, de pertenencia a un cuerpo político en su aspecto más elemental. Estas personas comparten no obstante trayectorias comunes de violencia y tienen en su memoria colectiva la experiencia de la pérdida.

[1] Sennet, Richard (2000) Le travail sans qualités : Les conséquences humaines de la flexibilité. Albin Michel, Paris. Pag. 60.

[2] A partir de su concepto de “desafiliación”, Castel analiza el fenómeno en las sociedades actuales: “Es posible una doble lectura de los efectos socio-políticos de una degradación a la inseguridad social. La primera hace énfasis sobre las situaciones de pérdida en la medida en que éstas des-socializan a los individuos… Son definidos sobre una base exclusivamente negativa, como si se tratase de electrones libres, completamente des-socializados… Pero nadie, ni siquiera el ‘excluido’, existe fuera de lo social, y la des-colectivización es, en sí misma, una situación colectiva”.Castel, Robert (2003), L’insécurité sociale : “Qu’est-ce ce qu’être protégé», Paris, Éditions du Seuil. Pág. 47.

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